1 DENG XIAOPONG Y LA «DESMAOIZACIÓN»
«¿Ve usted a aquel hombre bajito? Pues es muy inteligente y tiene un gran futuro por delante». La tremenda intuición de Mao Zedong al hablar así de Deng Xiaoping se quedó corta frente a la realidad. Cuando en noviembre de 1957, en Moscú, el presidente Mao trataba de destacar ante Nikita Jruschov la personalidad del entonces secretario general del Partido Comunista Chino (PCCh), no sabía que Deng se encargaría de desmontar su revolución. El Gran Timonel desconfió siempre, y la historia le ha dado la razón, de aquel «hombre bajito» que, con firmeza inigualable, cada vez que estaba en la cresta de la ola del poder volvía a defender los mismos principios por los que había sido purgado la vez anterior. Pequeño, de apenas metro y medio, pero tozudo, la biografía del llamado «arquitecto de la reforma china» no sólo es apasionante, sino que revela la trayectoria del PCCh durante los 76 años que compartió con Deng, así como los avatares de la propia China. Llamar a Deng confuciano en aquellos años del comunismo duro habría sido condenarle a una nueva purga —sufrió tres—, pero es evidente que supo trenzar los principios confucianos del Estado con los del marxismo, para facilitar una transición no traumática del país desde los desmanes del maoísmo hasta el actual régimen capitalista autoritario, que bautizó con el eufemismo de «socialismo con características chinas». Cuando llegué a China en 1979 me encontré con un país sumido en el miedo y el silencio. Mao había muerto tres años antes, la llamada Banda de los Cuatro, que incluía a su última mujer, Jiang Qing, estaba en la cárcel y meses antes, en diciembre de 1978, Deng había conseguido que su vapuleada teoría de las «Cuatro Modernizaciones» fuese adoptada por el pleno del Comité Central del XI Congreso del PCCh. Pero su autoridad estaba aún lejos de ser única y los chinos que habían acogido con los brazos abiertos el comunismo como remedio de los males y el hambre sufridos en el siglo anterior no creían que nada ni nadie bueno volviese a salir de un partido que había traicionado su confianza en el futuro y les había enredado en uno de los capítulos más oscuros de su historia: la Gran Revolución Cultural. El reinado de Deng podía ser tan breve como los anteriores y, ya escaldada, la mayoría de la población trataba de sobrevivir manteniéndose al margen de los vientos que soplaban. Ni quienes se adentraron en aquel camino angosto, empinado, tortuoso y lleno de obstáculos con el que comenzó la transición china, ni los extranjeros que observábamos desde el tendido pudimos imaginar jamás que en tan poco tiempo se abriría la autopista por la que China circula ahora a toda velocidad. Deng nació en 1904 en una aldea del distrito de Guang’an, en la provincia de Sichuan, que entonces era la más poblada de China porque incluía a Chongqing, que se desgajó en la última década del siglo XX para convertirse en ciudad con entidad política propia, como Pekín y Shanghai. Xiaoping (Pequeña Paz), que se cambió de nombre varias veces hasta llegar a éste en el que pareció sentirse cómodo, nunca volvió a su pueblo desde aquel septiembre de 1919 en que se fue a estudiar a Chongqing, ni permitió que lo hiciera su familia para «no perturbar al gobierno local». Así lo relata su hija Maomao en el libro Mi Padre, que no aporta luz alguna sobre los entresijos del poder chino, siempre ocultos en el más riguroso secretismo, y que en su versión inglesa se refiere siempre al Padre, con mayúscula.
Descárgate China, de Georgina Higueras (Península)
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