Años de prosperidad de Chan Koonchung (Destino)
- EN UN FUTURO CERCANO
EL PRIMER REENCUENTRO
— ¡Falta un mes! Un mes entero se ha perdido, lo hemos olvidado, ha desaparecido. Generalmente, después de un mes viene otro: el primero, el segundo, luego el tercero y después el cuarto. Sin embargo, ahora es como si después del primero hubiera venido el tercero, o después del segundo el cuarto, ¿te das cuenta de lo que digo?
—Olvídalo, Fang Caodi. No vale la pena, la vida es corta y hay que aprovecharla.
Pero no hay manera de hacer cambiar a Fang Caodi. Aunque, a decir verdad, si de veras alguien quisiera buscar un mes perdido, Fang Caodi sería la persona adecuada. Él también ha pasado muchos meses desaparecido, ilocalizable, como si no existiera, pero sin dejar de existir. En realidad, su vida es una sarta de acontecimientos a la que resultaría imposible darle la continuidad lineal de una historia. Siempre aparece en el momento más inesperado y en el lugar más insospechado o, después de no saber nada de él durante varios años, surge como de la nada donde menos se le espera. Quizá alguien como él sea realmente capaz de resolver con éxito una tarea tan insólita como la de ir a buscar un mes que se ha perdido.
Lo que ocurre es que, al principio, yo tampoco me había dado cuenta de que se había perdido un mes entero. Y, si alguien me lo hubiera dicho, de todas formas lo más probable es que no le hubiera creído. Suelo leer el periódico todos los días, ojear las noticias en Internet, ver la tele por la noche, y la gente con la que me relaciono son personas lúcidas y sensatas. En ningún momento tuve la sensación de que estuviera pasando algo extraordinario. Yo creo en lo que se puede demostrar, confío en mi inteligencia y mi razonamiento, y me precio de poseer un buen juicio que ejerzo de manera independiente.
La tarde del octavo día del Año Nuevo Lunar, cuando salía de mi casa en Villa de la Felicidad número 2 para efectuar mi rutinario paseo hasta el Starbucks del centro comercial Yingke, un hombre se acercó haciendo footing y se plantó delante de mí. Entre jadeos, me dijo:
—¡Señor Chen! ¡Señor Chen! ¡Se ha perdido un mes! ¡Hoy ya hace dos años!
Así, de golpe, no reconocí a la persona que tenía delante. Llevaba una gorra de béisbol de lo más corriente.
—Fang Caodi, Fang Caodi… —Dos veces lo dijo. Se quitó la gorra, dejando al aire la calva y, en la nuca, una delgada cola de caballo recogida con una goma.
Entonces sí lo reconocí.
— ¡Ah! Fang Caodi. ¿Se puede saber por qué me llamas «señor»?
Él volvió a repetir la misma cantinela, muy serio y sofocado:
—Se ha perdido un mes, señor Chen. ¿Qué hacemos? ¿Qué hacemos?
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