¿Adónde van los chinos cuando mueren? De Ángel Vilariño (Debate)
¿Adónde van los chinos cuando mueren? (Debate, 2012). Con esta inquietante pregunta, el periodista Ángel Villarino (Guadalajara, 1980) tituló su libro basado en la vida y los negocios de la comunidad china. Villarino trabajó durante cuatro años en Pekín como corresponsal del Grupo Planeta y del grupo mexicano Reforma, y la curiosidad y la fascinación marcaron parte de su estancia en el país asiático. Tanto, que decidió desentrañar los misterios chinos que llaman tan poderosamente la atención a los occidentales: ¿se organizan en mafias? ¿Pagan impuestos? ¿Cocinan animales domésticos? ¿Por qué son tan buenos en los negocios? Desmitificamos los mitos de una de las nacionalidades más numerosa en España: hay 45.264 autónomos chinos a cierre de 2014, según las cifras de la Asociación de Trabajadores Autónomos (ATA).
Comenzamos con la pregunta que titula su libro: ¿A dónde van los chinos cuando mueren?
Los chinos cuando mueren son enterrados o incinerados, y sus cenizas se mandan a China con sus ancestros. Elegí este título porque creo que condensa bien la visión que tenemos en España de la comunidad china. Más que una visión distorsionada es un gigantesco malentendido, un malentendido que se origina al interpretar lo que vemos sin entender sus códigos.
El disparate que supone llegar a pensar en serio que la comunidad china convierte a sus abuelos en comida resume muy bien ese malentendido, porque surge de una percepción real: hay muy pocos chinos ancianos por las calles y la tasa de mortalidad es baja. El mito sigue vigente, más de lo que pensaba. Una prueba es que el título ha sentado muy mal a gente que se lo ha tomado en sentido literal. Mi abuelo, cuando leyó el libro, me dijo que a él no le convencía, que creía que se los comen en los restaurantes.
¿Qué buscan los chinos en España?
Los que llegan como inmigrantes lo hacen por un sueño de prosperidad y por dinero, como casi todos los inmigrantes en casi todas las partes del mundo. Por muy duras que estén las cosas, para una persona humilde es más fácil ganarse la vida en España que en China. Los que llegan como estudiantes, que cada vez son más, lo hacen para aprender español, para tener una experiencia en Europa. Hay que acostumbrarse a que los chinos ya no solo venden tallarines.
Muchos llevan años en nuestro país, y a pesar de esto, no hay mezcla, no se integran del todo.
Los de primera generación lo tienen muy difícil. Tampoco los españoles que han vivido en China se han integrado demasiado, yo me incluyo, y eso que llegan con una situación sociocultural muy diferente. La comparación sería más o menos así: coge a la gente más humilde del barrio más humilde de un pueblo deprimido de Castilla La Mancha, y ponla a vivir y a trabajar en Hangzhou, ¿se integrarían? También es verdad que los chinos no han hecho muchos esfuerzos en este sentido. Sin embargo, la segunda y tercera generación sí se ha integrado bien y ha creado una identidad mixta muy interesante.
¿Qué une a españoles y chinos?
Es una pregunta complicada, prefiero contestarte hablando por mi experiencia personal y mis sensaciones. En general, me resultó más difícil conectar con la cultura y la mentalidad china que con cualquier otra que haya conocido. Y no soy una persona cerrada en este sentido: mi mujer es extranjera, mi hija nació en Pekín y va camino de su tercera nacionalidad, he vivido en cinco países y tres continentes…
A los chinos les guardo cariño por los cuatro años que viví en su país, les reconozco muchos méritos y valores, les respeto. Pero me siento muy distinto. Al principio estaba fascinado, me parecían tan diferentes que nunca saciaba mi curiosidad; pero luego llegó el desencanto: acabé aburrido y agotado de intentar sortear barreras. Recuerdo que tuve que viajar a Egipto cuando llevaba ya dos años en China, y me pareció mágico lo fácil que fue entenderme con los egipcios… Aún en situaciones tensas entendía sus esquemas mentales. Algo que en China era directamente imposible.
¿Qué opinamos los españoles de los chinos, y los chinos de nosotros?
La percepción está cambiando y evolucionando. Hay muchas excepciones, pero en general me quedo con la metáfora del malentendido. Y por parte de los chinos de primera generación sucede algo similar: interpretan nuestro comportamiento, nuestra cultura, costumbres y formas de vida con sus códigos y llegan a conclusiones muy marcianas. También hay chinos de segunda y tercera generación que ya actúan como puentes entre las dos culturas.
¿A qué otros países emigran los chinos?
Han emigrado y emigran a todos los rincones del planeta. Hay un proverbio que dice algo así como que donde hay costa, hay chinos. En la Unión Europea, las comunidades más grandes están en Italia y España; es algo que yo atribuyo a que la ‘aplicación’ de las leyes es más laxa. Pero también hay comunidades gigantes en Australia, en toda Asia, en Norteamérica, en África… En plena invasión de Irak, en los años más duros cuando toda la inversión extranjera salía huyendo, llegó una familia china a Bagdad y abrió un restaurante… Salió en la CNN.
¿Hasta dónde llega entonces la capacidad de los chinos para hacer negocios? En su libro recoge esta frase: “Cuando llueve, los laowai (extranjeros) buscan refugio. Los chinos buscamos paraguas para vendérselos”.
Son buenos negociantes. Esa frase me gustó mucho porque define la manera más básica de hacer negocios: detectar una necesidad y cubrirla. Son disciplinados, están alfabetizados y son más creativos de lo que pensamos. Y, sobre todo, son un país superpoblado sin apenas recursos, cuya población lleva siglos peleando por la supervivencia y con las necesidades básicas menos cubiertas. Todo esto les empuja a pensar más que nosotros en las cosas materiales.
Pero la necesidad y la falta de alternativas tienen efectos sobre la motivación, y esto pasa en todos los sitios. Mira España… Hace 15 años mirábamos raro a aquel que quería montar su empresa; hoy nos hemos “chinificado” y los emprendedores son los héroes modernos.
Pero a los españoles nos sigue sorprendiendo lo prósperos, o por lo menos lo parecen, que son sus negocios. ¿Cómo salen adelante?
Me cuesta responder a esta pregunta, es algo muy complejo. Prosperan por una conjunción de factores: por su capacidad de trabajo, por la aceptación de la comida china, por las facilidades que encontraron en la economía sumergida española para hacer negocios sin cumplir las normas –evadir impuestos, trabajar sin papeles…–, porque su país, y en particular la región de donde provienen, Qingtian, se convirtió en la fábrica del mundo de la noche a la mañana y ellos se hicieron distribuidores de esa gran multinacional que es el “made in China”… Desde luego han echado ganas y esfuerzo, muchas familias chinas lo han sacrificado todo. Y no sólo me refiero a trabajar diez horas al día, sino a no pensar en otra cosa, a estar dispuestos a separarse de sus hijos durante años, a dormir en un almacén, a destrozarse la espalda cargando cajas por no pagar a un transportista…
Circulan miles de tópicos sobre ellos, uno ya hemos dicho que es el título del libro; otros son que cocinan animales domésticos, son una mafia… ¿De dónde vienen y cómo se han creado estas leyendas?
De nuevo es la metáfora del malentendido. La mayoría de estas leyendas tienen un sustrato de realidad y por eso cuesta erradicarlas. Los registros de mortalidad de los chinos en España son más bajos que los de los españoles. ¿Hacen desaparecer los cadáveres? No. Hay motivos demográficos y culturales que lo explican, pero resulta más morboso y atractivo el cuento de que los cocinan. Otro ejemplo: los chinos tienen comunidades muy cerradas, con relaciones familiares muy jerárquicas y, en ocasiones, incomprensibles para nosotros. ¿Constituyen una mafia? No necesariamente.
Otro tópico: no pagan impuestos. ¿De dónde viene esto? ¿Hasta qué punto es verdad?
Otro malentendido. La comunidad china se ha movido bastante en el terreno de la economía sumergida, tanto en la importación como en la venta, los restaurantes, etc. De ahí surgió la leyenda de que disfrutan de un convenio especial que les permite no pagar impuestos. Esto es mentira: deben pagar impuestos, aunque muchos no lo hagan. Están obligados a pagar impuestos y si les pillan, les cae una multa. Pero muchos no pagan o pagan menos de lo que deberían. Esto se debe, principalmente, a que pueden hacerlo y porque en España, como en China, no está demasiado sancionado ni social ni legalmente.
La “Operación Emperador”, hace ya tres años, fue un importante golpe contra la evasión fiscal en la que se vieron involucrados ciudadanos chinos. Fue también un golpe para esta comunidad. ¿Se ha recuperado?
Llevo dos años viviendo en Estados Unidos (actualmente Ángel Villarino es corresponsal en Washington DC del Grupo Reforma y coordinador internacional en el español El Confidencial) y estoy un poco desconectado de la situación actual. Les ha afectado, pero se están recuperando poco a poco. Tengo más curiosidad por saber si ha servido para que pongan al día el negocio de la importación, que fue el núcleo de toda la trama.
¿Les ha pasado factura la crisis?
Sí, no tanto como a otros inmigrantes porque ellos, en su mayoría, no son asalariados y son muy ahorradores. Las familias tipo españolas estaban endeudadas cuando empezó la crisis; mientras que las familias tipo china tenían ahorros. Es verdad que algunos han aprovechado la liquidez, de cuyo origen podemos discutir, para comprar negocios a precio de saldo; otros se han puesto en regla cuando se han endurecido los controles… Parece que han salido ganando con la crisis, pero no es así. Como mucho, les ha afectado menos que a otros colectivos. Pero sus tiendas venden menos, sus restaurantes se llenan menos, sacan menos dinero… Algunos se han arruinado o se han vuelto a China.
¿Por qué los europeos, occidentales en general, vemos a China y a sus habitantes con cierto temor?
Porque son muy distintos. Viven una etapa histórica de gran prosperidad, no propiciada por milagros, sino por las reformas de libre mercado; son más de 1.300 millones, y porque tiene un Gobierno que, francamente, mete miedo.
¿Hay algo que temer?
Si se extiende su modelo de gobierno, creo que sí hay cosas que temer. Especialmente ahora que la democracia occidental atraviesa una crisis de credibilidad tan preocupante. Pero del inmigrante chino en concreto no creo que haya nada que temer. Hay que exigirle que cumpla las leyes y los reglamentos, como a todo hijo de vecino. Y no hay que crearse falsas leyendas negras, ni tampoco mitos de grandeza.
¿Hacia dónde va China? ¿Cómo evoluciona como país?
Evoluciona a velocidad absurda en lo económico y a velocidad considerable en lo social. Pero en lo político no me queda claro si evoluciona como una tortuga o como un cangrejo. Hacia dónde va… Conozco argumentos triunfalistas y agoreros, supongo que la verdad estará en medio.
De su estancia en China, ¿qué fue lo que más le sorprendió?
Fueron tantas cosas… Me sorprendió que en lugar de comerse las pipas con sal, se las coman impregnadas de un jarabe de té que es una cosa repulsiva. También me sorprendieron situaciones como quedar con un señor que tiene 300 millones de dólares que conduce un Porche, y te recibe con el pelo grasiento, vestido como un pastor y bebe té en un recipiente mugriento.
¿Por qué decidió escribir un libro basado en la vida y negocios de la comunidad china?
Tenía curiosidad. Y también porque quería escribir un libro periodístico en que tuviese que construir no sólo el relato, sino también obtener la materia prima. Mi objetivo inicial era jugar a Sherlock Holmes: pasármelo bien mientras desentrañaba un misterio. Según avanzaba, me di cuenta de que tenía una responsabilidad con las 200.000 personas chinas que residen en España, y me obsesioné bastante con hacer un libro que contase la verdad en toda su amplitud, contextualizando pero sin parecer aburrido.
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