Xulio Ríos (Pontevedra, 1958) es posiblemente uno de los mayores expertos en China de nuestro país. Director del Observatorio de la Política China, asesor de Casa Asia y promotor y coordinador de la Red Iberoamericana de Sinología, colabora con medios como El País o la Vanguardia. Autor de obras como La política exterior china (2005), El problema de Taiwán (2005), China, de la A a la Z (2008), China en 88 preguntas (2010) o China pide paso. De Hu Jintao a Xi Jinping (2012), en Bienvenido, Míster Mao analiza un país que ha sabido sacarle partido a la crisis de los países occidentales, pero que debe acometer reformas importantes y dejar de ser la fábrica del mundo para ser potencia tecnológica. Mientras tanto, la idea de una china democrática y plural sigue pareciéndole a los dirigentes chinos un factor de desestabilización innecesario.
Usted dirige el Observatorio de la Política China y ha escrito numerosas obras sobre el país asiático. ¿Podemos seguir diciendo que China es la gran desconocida o ya no lo es tanto? ¿Cree que en España tenemos una buena información de los qué es y sucede en China?
Sin duda se han registrado avances en los últimos tiempos pero nuestro punto de partida es realmente bajo y se necesita perseverar mucho en todos los órdenes para lograr un mejor conocimiento de dicho país. En el ámbito informativo común diría otro tanto: la información acostumbra a ser superficial y poco contextualizada. Más allá de individualidades, no disponemos por el momento de un buen elenco de profesionales especializados sobre información china.
La economía china frena su crecimiento en los últimos tiempos, pero la inversión en el exterior no deja de crecer. Con el tiempo se convertirá en la primera potencia económica mundial, pero ¿hasta qué punto?, ¿la distancia con el resto de potencias será insalvable?, ¿el peso demográfico es su principal baza?
China vive un momento de inflexión en su proceso de transformación que debe afirmarle como una de las potencias centrales del sistema internacional. Pero aún le queda un trecho complicado y difícil. Un refrán chino dice que cuando uno ha recorrido 90 pasos de un camino de 100, ha recorrido la mitad del camino. Ahora necesita transformar su modelo de desarrollo para pasar de ser la fábrica del mundo a una potencia tecnológica y avanzada. Puede lograrlo pero para ello debe acometer reformas importantes, prestando más atención a factores hasta ahora despreciados: el medio ambiente, la sociedad, etc. En ello están, pero no debemos pasar por alto que la segunda potencia económica del mundo se ubica en la posición 91 en materia de IDH.
Protestas como las de Hong Kong, informes de ONGs e instituciones internacionales que alertan sobre la violación de los derechos humanos o la persecución a disidentes políticos, oscurecen el despertar económico. ¿Es viable una primera potencia económica no democrática?
Es una de las incógnitas que se ciernen sobre el proceso de emergencia. Los avances en materia de derechos humanos se producen muy lentamente. Esto obedece no solo a una primera idea, bastante reaccionaria a mi entender, de que solo con un determinado nivel de riqueza se puede acceder a cierto nivel de democracia, sino a una visión ideológica beligerante con ciertos derechos considerados universales. Por otra parte, en el liderazgo chino está muy consolidada la idea de que una democracia a la occidental puede convertirse en el caballo de Troya que favorezca la desestabilización e impida su renacimiento como gran potencia.
La modernización económica se queda sólo en lo económico y en una lucha contra corrupción y contra los excesos de parte de la aristocracia política que ha puesto en marcha Xi Jinping. ¿La idea de una China plural en lo político es todavía inconcebible?
China vive un momento de gran transformación no solo económica, también social. Los cambios en la política demográfica, en materia de bienestar, de residencia, urbanización, etc., con el auge de la clase media están generando las bases de una China bien diferente a la que inició la reforma en 1978. Toda esa pluralidad emergente, por el momento, tiene una traducción política limitada. El Partido Comunista intenta reconducirla a sus propias filas abriéndose a los nuevos sectores, procurando recuperar la credibilidad ante la opinión pública y resucitando las virtudes de una burocracia milenaria que podría contar con cierta complicidad cultural entre capas significativas de la sociedad china.
La inversión China en España salta a los medios cuando resulta más bien curiosa como la reciente compra de parte del accionariado del Atlético de Madrid o el Edificio España. ¿Cuál es el papel de china como inversor en España?, ¿es más fundamental de lo que podemos pensar?
No lo creo. En su conjunto, si bien es llamativa por su novedad y hasta exotismo, sigue siendo poco significativa en comparación con los grandes inversores globales. El interés chino se centra en sectores de gran importancia estratégica y las fragilidades del sector productivo español dificultan la realización de operaciones. Más allá del turismo, el inmobiliario, agroalimentario, etc., las vetas de inversión son contadas por el momento.
En la otra dirección, China se presenta como el nuevo paraíso para la inversión. ¿Cómo le va España en su intento de entrada en el mercado chino?
España avanza pero con dificultades en el mercado chino. Se sigue observando como un mercado lejano y complejo en el que cuesta abrirse camino. Estamos muy por debajo del potencial esperado de la cuarta economía europea. Nuestra tradición empresarial apunta preferentemente al entorno inmediato, América Latina, etc. China se sigue definiendo en términos básicamente de expectativas.
La inmigración china en España es objeto de debate y normalmente no suelen destacarse aspectos demasiado positivos. ¿En qué cree que se basa esta percepción sobre la comunidad china en España? ¿Es sólo desconocimiento?
Sin duda el desconocimiento influye. Y es mutuo. Cabe reconocer que su comportamiento es diferente al de otros colectivos de inmigrantes, pero no por ello necesariamente más problemático. No obstante, mi impresión es que cada vez su integración es mayor, asumiendo en creciente medida la adaptación al entorno local, en parte como consecuencia de que las nuevas generaciones de chinos nacidos en España que muestran una actitud más favorable. En cualquier caso, también nosotros deberíamos mover pieza para verlos con otros ojos y recordar nuestro propio comportamiento como sociedad emigrante, en el pasado y en la actualidad.
El Estado es el primer empresario de China y el primer inversor del país en el exterior y en los últimos tiempos ha comprado abundante deuda pública de los países europeos en crisis. Parece que el papel del Estado como principal empresario y banquero desmonta las teorías liberales, al menos en este caso. ¿Esto es posible por el modelo político heredero del totalitarismo?
Sin duda, esa raíz histórica influye pero también la idea aún prevaleciente de que el Estado debe disponer de resortes importantes para influir en el rumbo de la economía del país. En China no mandan los mercados. Por otra parte, el PCCh es consciente de la importancia de mantener una base económica a su alcance. Cuando la pierda, sus días de hegemonía están contados. Todo ese inmenso poder económico del Estado está directamente controlado por el PCCh.
¿Que China sea el principal acreedor de los gobiernos de América Latina, puede ser para muchos de ellos un arma de doble filo? Se elimina la dependencia de los Estados Unidos pero pueden caen bajo el control de China. ¿China se inmiscuye menos en cuestiones políticas de terceros o puede influir en la políticas nacionales de estos países tal y como hacían los EE.UU?
China exige pleno respeto a su soberanía nacional y, tradicionalmente, es muy cuidadosa en este aspecto en sus relaciones con otros países. Esto no quiere decir que sus relaciones económicas exteriores sean del todo inocentes. Indudablemente, busca influencia política y estratégica pero no cabe imaginar, por ejemplo, que intervenga con su ejército en un determinado país para provocar un cambio de régimen. En América Latina se vive como una oportunidad para propiciar un salto cualitativo en su desarrollo pero también para ganar autonomía y peso en el mundo mitigando las tan a menudo trágicas interferencias del poderoso vecino del Norte que, por otra parte, también tiene a China como su principal acreedor.
Toda esta influencia económica no se transforma en influencia cultural. China no exporta su modelo cultural como si lo han hecho los Estados Unidos y más bien parece que la occidentalización es la que se instala en China. ¿Cómo cree que se desarrollará en el futuro?
La cultura es una de las claves esenciales para entender a China. Ellos lo saben y por eso en los últimos tiempos han incrementado su acción en todo el mundo con el afán de mejorar su poder blando. Los Institutos Confucio son el principal estandarte de esa estrategia. Es difícil, no obstante, la universalización de sus códigos porque los conceptos que lo sustentan, a menudo, son bien diferentes a los de Occidente. El conocimiento y el respeto a la diversidad, como objetivo, lo creo preferible a la colonización cultural, del signo que sea. A mayor poder económico de China habrá más renacimiento cultural autóctono. Esa occidentalización es epidérmica y coyuntural, un espejismo.
China ha apostado por África, ¿Bueno o malo para África? ¿Seguirá el modelo de explotación sin preocuparse por la modernización de los países en los que se invierte?
De todo ha habido y hay en la política africana de China. La falta de atención a los condicionantes locales le ha supuesto merecidas críticas. Hay competencia estratégica por la influencia en el continente pero también ha cometido errores graves. Actualmente, esta política es objeto de reconsideración y es posible –y deseable- que en el futuro la inversión y la presencia china, en general, sea más respetuosa. La actitud de las elites africanas, que a menudo sacrifican las necesidades de sus pueblos en interés propio, también cuenta en esa ecuación.
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