Foto:Julia Prats
Nada de muñecas, príncipes y juegos inocentes. Maite Carranza (Barcelona, 1958) aborda en Palabras envenenadas (Edebé, 2011) el tema de los abusos y el maltrato. Porque como indica la autora, “en una novela de suspense he podido introducir en los centros escolares y en las familias el debate sobre el sexo, el maltrato psicológico y las relaciones sentimentales”. La literatura para jóvenes es una ventana al mundo real, a los problemas y sus consecuencias, y Carranza hace reflexionar sobre ello. Pero advierte: “No podemos confundir literatura con panfleto y, a mi entender, los libros cuanto más alejados del didactismo moralizante, mejor”.
¿Cómo y por qué comenzó a escribir novelas para adolescentes?
Comencé en 1986 escribiendo para lectores de once y doce años. Una edad a caballo entre la infancia y la adolescencia. Los adolescentes llegaron más tarde, en 1992, cuando triunfó mi adolescente estrella: Cándida. Cándida era una bomba de relojería deseosa de subirse a la moto de los 15 años y lanzarse a la carretera. Me enamoró el personaje y la edad. Esa época explosiva, conflictiva y maravillosa en la que se descubre el mundo y nos descubrimos a nosotros mismos.
¿Qué es lo que más le gusta de escribir narrativa para jóvenes?
Recordar mi propia adolescencia, maravillosa y terrible, y darme cuenta de que los conflictos eternos, ésos que nos definen como seres imperfectos que somos; y las preguntas de rigor, quién soy, de dónde vengo y a dónde voy, continúan inmutables.
En ‘Palabras envenenadas’ se trata un tema delicado: el maltrato y los abusos. ¿Cómo sirve la literatura para derribar tabúes o, por lo menos, que se hablen y traten asuntos complicados?
Oculto en una novela de suspense he podido introducir en los centros escolares y en las familias el debate sobre el sexo, el maltrato psicológico y las relaciones sentimentales. La novela, amparada por los premios recibidos, ha sido en ese caso un magnifico caballo de Troya. Un arma muy valiosa.
¿Puede la literatura actuar como canal para que los chavales conozcan asuntos delicados, terribles, que pasan a su alrededor? Si esto es así, el escritor de novela para jóvenes posee una gran responsabilidad.
Sí, los autores tenemos una gran responsabilidad para acercar los problemas del mundo real a los jóvenes y hacerles reflexionar sobre sus implicaciones. Pero los autores, es mi opinión, no somos propagandistas políticos, represores ni mensajeros religiosos. No podemos confundir literatura con panfleto y, a mi entender, los libros cuanto más alejados del didactismo moralizante, mejor.
¿Cuál es la clave para narrar asuntos de maltrato, de abusos… que luego leerán chicos y chicas de 14, 16 y 18 años?
Hacerlos partícipes del dolor y del miedo. Conseguir que “sufran” junto a la protagonista sin echar mano de la escatología ni el sensacionalismo. Mantener el interés por “saber” sin enjuiciar moralmente, dar lecciones ni regalar moralejas. Tratarlos como a lectores y lectoras inteligentes y con criterio. Eso es lo que intenté con mi libro.
¿Cómo se mantiene el interés en un público tan exigente como el joven?
Le debo mucho al guión. El guión me ha ayudado a pensar en estructuras dramáticas eficaces para narrar historias, y a construir buenos personajes. Afianzo mis novelas en esos dos ejes, planteo un conflicto interesante que deseo indagar, y la doto de emociones humanas que comparto. Así, con estos anclajes, resulta más sencillo mantener el interés de los lectores jóvenes.
¿Qué es lo más complicado y lo más sencillo de escribir novelas para adolescentes?
Para una autora como yo, que sobrepasa los 50 años, lo más difícil es intentar no quedarme atrás en dibujar la fisonomía cambiante de los adolescentes. Tratar de no retratar adolescentes o jóvenes obsoletos en su lenguaje, en sus valores, en sus construcciones mentales y simbólicas. Eso requiere un esfuerzo constante de actualización.
Lo más fácil es y continúa siendo recrear mi propia juventud y adolescencia, y conectar con las vivencias más personales y profundas de los jóvenes. Independientemente de modas, argots o músicas. Las emociones humanas son la clave de mi literatura.
Desde su primera novela en 1986 hasta ahora, ¿cómo han cambiado los jóvenes lectores y la literatura para ellos?
Desde mi propia adolescencia en los años 70 y las posteriores generaciones detecto una progresiva despolitización, pero eso no significa conformismo. Muchos jóvenes expresan su disconformidad desde paradigmas estéticos, artísticos o musicales.
Por otra parte en estas cuatro décadas, la literatura juvenil ha ampliado muchísimo sus tentáculos. Desde la aventura clásica y el realismo se han incorporado todo tipo de géneros, sobre todo, el fantasy y la ciencia ficción. La prescripción y el consumo también son diferentes. Ahora se lee a través de prescripción escolar y la prescripción de foros en Internet. Antes primaban las bibliotecas familiares y los amigos.
¿Por qué se sigue escuchando aquello de que los jóvenes no leen?
Ciertamente no es el hobby predominante. Los deportes, la música o la Red son los que absorben el mayor número de horas de ocio de los adolescentes. Pero hace 50 años, la lectura también era una afición minoritaria. Tan minoritaria o más que ahora. Ése es el error cuando se hacen comparaciones. Creer que antes, una época pretérita sin determinar, se leía mucho. Eso no ha sucedido nunca. Y considerando el conjunto de jóvenes como un colectivo, se lee más ahora que hace 50 años.
¿Y qué se puede hacer para fomentar más la lectura?
Los jóvenes consumen más narrativa que nunca, pero el formato principal tal vez no sea el libro, sino la pantalla; y el vehículo preferido no sea la palabra, sino la imagen. El cine, las series de televisión y los videojuegos son fórmulas narrativas que ayudan a la lectura. Como la poesía oral, como la canción, como el teatro. ¿Lo tenemos en cuenta? ¿Por qué en lugar de demonizar las pantallas no las aprovechamos?
¿Qué opinión tiene del libro digital? ¿Puede ayudar a acercar los libros a los más jóvenes?
¿Puede ayudar a leer? ¿A difundir mejor los libros? ¿A convertirlos en algo más cercano? Si es así, estupendo. Bienvenido sea el libro digital, siempre y cuando no sirva para difundir la idea perversa de que tiene que ser gratis y que la cultura no cuesta dinero.
También ha escrito novela para adultos. ¿Qué línea distingue la juvenil de la adulta? ¿Son distintos los temas que se abordan y la forma de escribir?
Mi última novela, El fruto del baobab (Espasa, 2013), trata de la mutilación genital femenina. El tema no está vetado a los jóvenes ni mucho menos; sin embargo, el enfoque del conflicto se centra en el universo de las mujeres adultas en torno a dos ejes: la maternidad y la pareja. Si un libro responde a los intereses de lectores adultos, mis interlocutores deben ser adultos. Los chicos ya se incorporarán a su lectura si están maduros y les interesa ese tema. Ésa es la frontera a mi entender.
En 2011 recibió el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por Palabras envenenadas, y este año ha sido galardonada con el Cervantes Chico. ¿Qué se siente cuando le otorgan estos premios tan importantes en narrativa juvenil?
Me siento reconocida y aceptada en la totalidad de mi obra, independientemente de aciertos o fracasos. Creo que si tenía alguna duda respecto a la consideración pública de mi obra se ha evaporado. Estos premios han sido un buen espaldarazo a mi carrera y me han hecho inmensamente feliz.
¿Qué próxima historia tiene en mente?
Una historia de amor no sexista. Abomino del amor romántico que engaña a jóvenes y les hace creer en los príncipes azules. Esos príncipes que ellas han imaginado acabarán por matarlas, real o metafóricamente. Un drama de nuestro tiempo.
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