Cuenta César Mallorquí (Barcelona, 1953) que tuvo dos inicios en la literatura. El primero, cuando publicó su primer relato con 15 años y empezó a colaborar con la revista satírica La Codorniz, con 17. Y el segundo, a comienzos de los años 90, cuando se cansó de la publicidad, su actividad profesional, y retomó su vocación de escritor. Lo de dedicarse a la literatura de jóvenes ya ha sido casualidad, según dice, aderezada con varios premios y el hecho de ser un escritor prolífico. Con su novela La isla de Bowen (Edebé, 2012) ganó el Premio de Literatura Infantil y Juvenil en 2013, un gran homenaje a la novela de aventura.
¿Cómo fueron sus inicios como escritor y su acercamiento a la ciencia ficción?
Tuve dos inicios. Escribía desde niño y publiqué mi primer relato con 15 años, y a los 17 empecé a colaborar con la revista satírica La Codorniz. Estudié Periodismo y no dejé de escribir. A los 27 sufrí una crisis y tomé la decisión de abandonar el periodismo y dedicarme a la publicidad. Durante una larga temporada no produje ni una línea de literatura. A comienzos de los 90 me cansé de la publicidad y quise retomar mi vocación de escritor. Y aquí entra la ciencia ficción. Yo era muy aficionado a esa temática y quise practicar ese género. Gané varios premios y publiqué un par de novelas.
Comenzó escribiendo ciencia ficción, ¿cómo se encuentra de salud este género en España?
Yo diría que se encuentra en “estado paradójico”. Por un lado, el número de lectores de ese género ha disminuido, hay pocas colecciones especializadas y ninguna revista. Y por otro, en España tenemos la mayor cantidad de escritores de ciencia ficción que ha habido nunca, y también los de más calidad. El problema es que, en general, publican en editoriales pequeñas con escasa distribución. Así que esos autores han decidido dedicarse a otros géneros con más futuro. En realidad, la ciencia ficción desde los años 80 ha ido perdiendo lectores a favor del fantasy, como El señor de los anillos o Juego de Tronos. Aunque es cierto que la literatura juvenil ha experimentado un repentino interés en la ciencia ficción, pero centrándose básicamente en las distopías. Ya veremos hasta donde llega la moda.
Actualmente escribe para los jóvenes, ¿por qué su actividad se ha centrado en ese público?
Con la ciencia ficción era y es casi imposible dedicarme profesionalmente a la literatura, y comencé a tantear otros géneros. Vi la convocatoria del premio Edebé de literatura juvenil y me presenté. No gané, pero la editorial contrató la novela. Al año siguiente me volví a presentar con El último trabajo del señor Luna, y esta vez gané y tuvo muy buenas ventas. Así que no encontré ningún motivo para dejar de escribir literatura juvenil. En el fondo, ha sido casualidad. Lo del género fantástico… Siento debilidad. Esta literatura te permite ir más allá, romper fronteras, no tienes el límite del aquí y el ahora de la literatura realista. Puedes llevar al extremo los temas y las emociones que quieras explorar literariamente.
¿Qué es lo que más le gusta de escribir narrativa para jóvenes?
La libertad. Dedicándome a la literatura juvenil puedo escribir y publicar sobre cualquier tema y cualquier género. Y también está la diversión. Los jóvenes lo aceptan todo en un libro, salvo el aburrimiento. De modo que, si quieres llegar a los jóvenes, tienes que ser divertido. Divertido como contrario de aburrido, no de serio. Y escribir siendo divertido resulta trabajoso, pero divertido.
¿Cómo son los jóvenes lectores? ¿Qué ha cambiado desde que comenzó su actividad de escritor en la literatura juvenil y en el modo de consumir ese género?
Los jóvenes son los mejores lectores porque tienen la maravillosa capacidad de meterse al cien por cien en la historia que están leyendo, y porque están abiertos a cualquier idea que les propongas. ¿Han cambiado durante los últimos 20 años? Cambian las modas literarias, las temáticas, las costumbres; pero los jóvenes siguen siendo prácticamente iguales: lectores apasionados, inocentes, sinceros, entusiastas y exigentes. En cuanto a la literatura juvenil, claro que ha evolucionado: se ha vuelto más adulta. Y respecto al modo de consumirla… Se lee cogiendo un libro y leyéndolo, da igual si las páginas son de papel o un conjunto de píxeles.
Parece que existe una idea generalizada de que los jóvenes no leen, que sólo dedican tiempo a la tecnología. Quizá sea una idea simple, pero ¿por qué se tiende a pensar que los adolescentes no leen libros?
Casi el cien por cien de los niños menores de trece años leen por placer. Al llegar a la adolescencia, algunos desertan de la lectura. ¿Por qué? Hay varios motivos, pero yo destacaría la escasa tradición lectora de las familias españolas y unos planes de estudio desastrosos en la promoción de la lectura. Pero pongamos las cosas en su lugar: el índice de lectura entre los jóvenes de 14 a 24 años es del 84%; el del grupo de entre los 25 y los 34 baja al 69%; y sigue bajando de acuerdo aumenta la edad hasta llegar al 38%. No sólo es falso, sino que los adolescentes son los que más leen, con diferencia. El tópico vendrá porque la gente tiende a pensar que su generación siempre es mejor que las siguientes. El móvil sustituye a los teléfonos de disco; la consola a los billares; y las redes sociales a la calle. Pero los jóvenes siguen encontrando tiempo para leer.
¿Qué opina del libro digital, de la unión entre tecnología y literatura? ¿Este formato puede ser un aliciente para el fomento de la lectura?
Me encantan los libros como objeto. Me gusta su textura, su aspecto, su olor. Soy condenadamente analógico. No tengo e-reader. Pero no significa que no reconozca los aspectos prácticos del soporte digital, que los tiene, empezando por el almacenamiento. Pero no puedo evitarlo: una novela electrónica no me parece una novela, sino el fantasma de una novela. ¿Aliciente para leer? No lo sé, en principio da igual el soporte que sea.
¿Qué es lo más fácil y lo más difícil de escribir obras para jóvenes? ¿Cómo conecta con ellos?
Escribir para jóvenes resulta igual de fácil o de difícil que escribir para adultos. Es exactamente igual. ¿Cómo conecto con ellos? En mi blog hay un lema: “Lo mejor de mí mismo está en el niño que fui”. Durante toda mi vida he procurado mantener vivo, y lo más saludable posible, a mi niño interior. Es él quien escribe, quien crea e imagina. Si algún día el niño muere, estaré acabado como escritor. Además ese niño me permite entender y empatizar con los adolescentes. También procuro escuchar, y en ese sentido, Internet es una bendición, porque es una ventana a los jóvenes.
¿Cómo se mantiene el interés en un público tan exigente?
Borges decía que el peor pecado del escritor es aburrir. Y los jóvenes aceptan todo, menos que les aburran. Un adulto puede leer entre bostezos, para formarse, por deber… Los jóvenes sólo leen si les das motivos para ir pasando página tras página. Los jóvenes son especialmente sensibles a la narrativa. Así que hay que cuidar la narrativa: que tenga garra, que sea adictiva. Y añadir buenos personajes e imaginación. Aunque esto también es deseable para la literatura adulta, ¿no?
¿Qué distingue entonces a la literatura juvenil de la adulta? ¿O la línea que las separa es muy difusa?
Existe la literatura infantil, un género con sus propias características. Pero, en mi opinión, no existe la literatura juvenil como género específico, pues carece de peculiaridades que lo distingan de otros géneros. La prueba la tenemos en el proceso de formación de esa clase de literatura. El género infantil surgió a partir de la recopilación por escritos de cuentos populares, y se desarrolló con autores que escribían específicamente para niños. Pero el supuesto género juvenil se formó tomando prestadas obras de la literatura general que gustaban a los jóvenes. Verne, Wells, Stevenson, Doyle, Dumas, London… Ninguno de estos autores escribió sólo para jóvenes, sino para toda clase de lectores. El género juvenil no es más que una ficción editorial.
Zombis, vampiros, aventura, monstruos… ¿Qué le falta a la literatura para jóvenes?
Le falta sexo, sexo explícito. Como es tradicional en nuestro país, las familias no proporcionan ninguna educación sexual a los adolescentes; y tampoco en los colegios, más allá de lo estrictamente biológico. ¿Dónde aprenden sexualidad nuestros hijos? La respuesta es inquietante: en las webs pornográficas de Internet. Y educarse sexualmente con la pornografía es como estudiar física con las películas de Star Wars. Sencillamente, nada que ver con la realidad. Esto ocurre y genera comportamientos aberrantes en los adolescentes, así como el resurgir del machismo. No tengo nada en contra del porno, siempre y cuando lo consuman personas formadas y conscientes de lo que están viendo. Como no podemos evitar que los adolescentes accedan a la pornografía, creo fundamental proporcionarles una buena educación sexual. Y a eso podría contribuir la literatura juvenil, con novelas eróticas que presenten el sexo abiertamente, con honestidad. Pero el sexo es el gran tabú.
El año pasado recibió el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por ‘La Isla de Bowen’. ¿Qué siente el escritor cuando le otorgan uno de los premios más importantes de narrativa juvenil?
A veces pienso que los escritores somos como caballos de carreras que corremos en soledad, en hipódromos desiertos. Pasamos cientos de horas escribiendo sin nadie a nuestro alrededor, sin aclamaciones ni abucheos, sin voces que nos animen a seguir adelante. Así que como buenos caballos, agradecemos que alguien nos dé un terrón de azúcar cuando hemos corrido bien. Y esos terrones son los premios. Recibir el Nacional fue un orgullo, un honor y una satisfacción, y más tratándose de La Isla de Bowen, quizá mi novela más personal.
¿Para cuándo su próximo libro?
Mi próxima obra llegará a las librerías en primavera. Se llama Trece monos. No es literatura juvenil, sino “para todos los públicos”. Es una antología de relatos de fantasía y ciencia ficción. Actualmente estoy escribiendo una novela postapocalíptica. Está ambientada en un futuro cercano, justo en el momento en que la civilización se hunde a causa de una serie de crisis económicas, energéticas, sociales y bélicas. Y plantea una pregunta: si todo a tu alrededor se hunde en el salvajismo, ¿qué harías? ¿Intentar mantener los últimos restos de la civilización o defenderte siendo tan salvaje o más que los salvajes?
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