En 1987 el médico colombiano Héctor Abad Gómez fue asesinado por los paramilitares en la ciudad de Medellín. Casi veinte años después, su hijo, el escritor Hector Abad Faciolince, publicó El olvido que seremos, una novela donde se narran los años de infancia y juventud del autor junto a su padre hasta la violenta muerte de éste.
Escribir sobre alguien que hemos perdido puede responder a muchas intenciones, hay cierto componente de terapia, de necesidad de expulsar el dolor que nos oprime. Pero por encima del resto, existe esa voluntad de luchar contra el olvido, de perpetuar en unas páginas a la persona que ya se fue, un intento de mantenerla viva en la propia memoria y en la de los demás.
El olvido que seremos de Héctor Abad Faciolince toma su nombre de un verso de Jorge Luis Borges , “Ya somos el olvido que seremos”, porque éste era el poema que su padre llevaba en el bolsillo la mañana que lo asesinaron, una especie de señal premonitoria, una confirmación de la idea manriqueña de que la vida se pasa y viene la muerte tal y como recuerda el propio escritor.
El ejercicio de honestidad que supone la escritura de este libro es su mayor baza. Es verdad que la visión que de su padre da Héctor Abad Faciolince lo convierte a nuestros ojos en un ser excepcional, pero no es menos verdad que esto es así porque también descubrimo sus defectos, sus decisiones erróneas o sus contradicciones. Y descubrimos también a un escritor que sin ningún temor confiesa cómo su cobardía en muchas ocasiones le hizo sentirse un hijo no digno de su padre.
Pero además del retrato familiar que, y esto puede resultar quizás una generalización, responde a un modelo de descripción de la familia muy hispanoamericano y especialmente colombiano, donde los personajes por muy reales que sean, aparecen siempre dotados de una pátina de irrealidad, de encanto fantasmagórico o de una luminosidad seductora, de ; además de este retrato como decimos, éste es un fresco de la Colombia de la segunda mitad de siglo. Héctor Abad Gómez, desde su puesto de profesor de medicina, luchó desde joven por la mejora de las condiciones de vida de sus conciudadanos, con una idea clave, no basta curar, hay que prevenir. Y esa tarea se encontró siempre con la oposición de los poderosos y de los que gobernaban, fuesen de un signo o de otro, porque en ocasiones le acusaron de ser demasiado comunista, en otras de no serlo lo suficiente. Y finalmente se nos cuenta cómo a finales de los setenta y en los ochenta se instala en el país esa violencia terrible que ha bañado sus calles de sangre durante muchos y muchos años.
Es este un libro tremendamente conmovedor, valiente, porque el autor se expone abiertamente, y, aunque parte del dolor que produce la muerte tan terrible de un ser querido, es, sin embargo, un libro luminoso, un imprescindible canto a la vida.