Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) tiene una familia en la que casi todo el mundo escribe. Su padre, Antón Castro, es periodista y escritor, y su hermana, Aloma Rodríguez, tiene publicados varios libros. Pero también tiene otros familiares que se dedican a las más diversas cosas. Y unos abuelos con su propia historia, que va desde un pueblo de Aragón hasta Zaragoza. Este cóctel es el que este autor sirve en Entresuelo (Mondadori), novela coral e íntima, llena de humor en la que, a la manera azconiana, se retrata parte de la historia de España de las últimas décadas. El libro es un homenaje a su abuelo y una carta de amor a una familia. Un bosquejo que no es generacional, pero podría serlo, y que plasma una tendencia quién sabe si nacida de la Democracia: ya no hay ajustes de cuentas con los padres, resta la admiración.
¿Por qué querías adentrarte en los intersticios de tu vida, de tu familia?
Me gustaba el género: me atraen las historias familiares, aunque supongo que los libros casi siempre hablan de la familia, y me interesa la literatura de la intimidad. Me gustaba el contenido: había personajes en mi familia materna de los que me apetecía hablar, y una especie de educación sentimental que quería contar. Aspiraba a recrear la atmósfera de las charlas de las comidas familiares en casa de mis abuelos, o de las películas familiares italianas donde gente de distintas edades, profesiones y opiniones mantiene siete conversaciones al mismo tiempo, y las historias que se contaban en esas comidas: el humor familiar, las conversaciones cruzadas, las risotadas salvajes, el cambio que sufren los relatos familiares a lo largo del tiempo, la llegada de mi abuelo a Zaragoza y sus primeros trabajos en la ciudad, el mundo de objetores de conciencia y hippies en el que vivió mi padre a finales de los setenta, la transformación de un mundo arcaico y familiar a un universo urbano, abierto y laico… En ese momento vivía en la casa de mis abuelos, el entresuelo, que había frecuentado mucho de niño, y donde había vivido también en mi adolescencia, con mis abuelos. Me atraía la idea de contar la vida de tres generaciones de una familia a través de un solo espacio, en dos movimientos: por una parte, lo que yo recordaba, una especie de ejercicio de inmersión; por otra, la respuesta a la pregunta de cómo era la vida en ese lugar antes de que yo naciera o antes de que tuviera memoria: algo que exigía preguntar, buscar documentos, jugar y examinar las versiones escritas y orales de esas pequeñas leyendas que existen en todas las familias.
¿Hasta qué punto ha estado presente la frontera entre el pudor y el desnudo?
No quería hacer un libro sentimental y el humor es un elemento clave. Pero tenía claro que debía atreverme a mostrar mis sentimientos. Hacerlo de forma elegante y equilibrada era para mí uno de los grandes desafíos del libro y una de las razones por las que quería escribirlo. En otros de mis libros había tratado elementos autobiográficos o supuestamente “íntimos”, como relaciones sentimentales, experiencias directas. Aquí había algo de eso, pero lo que predomina es la mirada que tenía sobre la gente que había a mi alrededor: me interesan esos personajes por cómo son, y me interesa la relación que yo tenía con ellos. Creo que, cuando uno se expone en un libro, a veces se pone un poco guapo, mete tripa, busca el ángulo bueno. En este libro yo no era tan consciente de estarme mostrando, me parecía que contaba la historia de otros. Al final, al adoptar esa postura acabas mostrándote más desnudo, porque enseñas lo más importante: tu forma de ver las cosas y la gente.
¿Qué has visto en ti al retratarte como un niño, como un adolescente, al sumergirte en tus recuerdos?
He visto lo importantes que han sido algunas personas y una forma de entender el mundo para mí. He visto que he tenido mucha suerte por haberlas tenido cerca: eran muy distintas entre sí, y me ayudaron a conocer a gente muy diferente. También he entendido mejor a algunos personajes de mi familia y partes de mi personalidad, y he descubierto que desde muy joven pensé en ellos como material literario.
El libro me ha parecido una carta de amor, un homenaje a tu familia. Es curioso, pero no hay trapos sucios, todo lo contario a lo que sucede con este tipo de libros en otras literaturas (principalmente la anglosajona). ¿Es algo consciente o incluso generacional? Al fin y al cabo nuestros padres nos han educado con una “libertad” que anteriormente no se daba.
La idea del homenaje o del agradecimiento estaba allí. Me gustan los libros de secretos familiares, como Novela familiar, de John Lanchester, una obra maravillosa sobre secretos y mentiras. En este libro cuento episodios mejores y peores: no quería ser enfático en aspectos más trágicos o reprochables, pero están allí. Con todo, creo que es en general un libro sobre la alegría. Si hubiera encontrado secretos o trapos sucios los habría contado, y habría intentado entender por qué se produjeron esas cosas. Pero yo quería contar la historia de mi familia materna y el objetivo era describir cómo eran: si no había episodios oscuros, no iba a inventarlos. Desde el principio decidí que no inventaría.
¿Somos una generación poco independiente que vive ‘a los pechos’ de sus padres? Eso, por otra parte, casa poco con la educación supuestamente libre que nos han ofrecido.
Me siento más cómodo hablando por mí mismo (y ni siquiera todo el tiempo) que por mi generación. Puede que la fuerza de la familia nos ayude a superar momentos de dificultades, y que también constituya un límite (por ejemplo, a la movilidad geográfica, pero también implica restricciones a la libertad y la iniciativa). Supongo que allí hay un gran peso de la cultura católica, incluso en familias que ya no son religiosas. En los últimos tiempos influyen las dificultades para llevar una vida independiente y cierto nivel de estabilidad alcanzado por nuestros padres, que ellos posiblemente no imaginaban, y del que las generaciones posteriores se benefician, del que no quieren prescindir y que quizá tarden en alcanzar.
Al hilo de la anterior pregunta también se observa algo en tu libro: no hay una ruptura como la que podía haber en generaciones anteriores. Parece que nosotros tenemos una relación más cercana con nuestros padres que la que ellos podían tener con nuestros abuelos.
Mis padres, como otros miembros de su generación que son influencias fundamentales en mi vida (como Ignacio Martínez de Pisón o Fernando Trueba, por ejemplo), son gente razonable, culta, liberal. Hay otras complicidades profesionales, además, con mi padre. No es así en todas las familias, pero yo no he tenido con mis padres los enfrentamientos que ellos tuvieron con los suyos, gente con una mentalidad más conservadora. Mis novias y los novios de mi hermana se quedaban a dormir en casa. En muchas cosas fueron valientes: mi padre se fue de casa muy joven y gracias a eso se convirtió en la persona que es, mi madre fue la primera descendiente del pueblo que no se casó por la iglesia. Creo que, en una perspectiva personal pero también, desde luego, general, mi generación se ha beneficiado de muchas de esas luchas. A veces no sabe defender esa herencia, como quien se casa por la iglesia o bautiza a un niño para no ofender a la abuela. Que cada uno haga lo que quiera, pero desde mi punto de vista es mejor enfadar un poco a la abuela, que te perdonará, que colaborar con Rouco Varela. Algunas de esas batallas no han terminado y hay otras nuevas, pero no sé si nuestra generación ha sabido profundizar en ellas ni articularse políticamente, o si ha habido asuntos o una organización más allá de cierto recalentamiento de eslóganes de izquierda.
Entresuelo está lleno de humor, algo que por otra parte no abunda en los relatos literarios de la familia española, siempre tan solemnes (me acuerdo de La familia de Pascual Duarte o Nada, por ejemplo). Siempre hay un padre o madre autoritarios…
El humor es un elemento indispensable de la vida y de la literatura para mí. Y era algo que está presente en mi familia. ¿Cómo mostrar el humor, las anécdotas repetidas, los episodios absurdos, pero también acontecimientos más íntimos, en el libro? Eso era lo que quería conseguir. Nada y La familia de Pascual Duarte son libros que admiro, sobre todo el primero, pero hablan de una realidad distinta, más dura, más violenta. En mi familia no había figuras tan autoritarias: lo había sido mi bisabuelo, pero ya era muy mayor cuando lo conocí, y lo fue el padre de mi padre, que apenas aparece en el libro. Mi padre, que nació en el 59, ha publicado hace poco un libro infantil que se llama El niño, el viento y el miedo, donde habla de los cuentos que le contaban en su infancia en Galicia. Al leerlo, me quedé impresionado: tenías la sensación de que había un puñado de adultos sádicos, aterrorizando a los niños con historias de meigas, de lobos, de violaciones a mujeres solas que van por los caminos. Yo tenía miedos infantiles, como todos los niños, pero eran otra cosa. Mis padres no son gente autoritaria.
El libro es, sobre todo, un homenaje a tu abuelo Leoncio. ¿Qué representan los abuelos, una generación que sí está lejos de la nuestra?
Mi abuelo materno fue importante para mí. Me enseñó muchas cosas. Pasábamos el tiempo mirando en enciclopedias datos de países, de animales, me explicaba cosas de la historia de Aragón. Su biografía tiene elementos comunes a la de muchos españoles: mis abuelos eran primos segundos, del mismo pueblo, y solo tuvieron estudios primarios. Sus cuatro hijos estudiaron en la universidad y se casaron con personas de otras comunidades autónomas u otros países. En su vida hay enfermedades en la niñez, una larga guerra civil vivida en la infancia, una posguerra miserable, el cierre de las minas, el traslado a la ciudad, la economía informal en el franquismo, el trabajo para una gran empresa extranjera, la jubilación con el Estado de bienestar que se crea en las primeras décadas de la democracia. Había una nostalgia por la infancia rural y también curiosidad intelectual y una admiración por la cultura, que mi abuelo veía como una fuente de enriquecimiento personal y de ascenso social. Mi abuela comparte esa visión, y ese respeto a la cultura, y un talento para alcanzar pactos. Sobre todo, me asombra la forma en que se ha adaptado a los cambios, su tolerancia y la capacidad de aceptar, y defender, formas de vida que hace muy poco tiempo eran impensables. En eso, que ha hecho de manera discreta, también se parezca a muchas personas de su generación. Yo no siento ninguna nostalgia por el tiempo que les tocó vivir a mis padres o a mis abuelos: prefiero este, con todos sus defectos, pero admiro la transformación que lo hizo posible.
El Entresuelo es, por otro lado, el verdadero protagonista de esta novela. ¿Qué posee como lugar mítico?
Me gustaba la idea de la casa como espacio geológico o arqueológico. Hay cuartos que conservan nombres antiguos: por ejemplo, a una habitación se le llama habitación de las tres camas, aunque cuando nací solo había dos camas. Hay cosas nuevas y cosas viejas, huellas de gente que vivió allí: todavía llegan cartas a personas que vivieron en otras épocas. Hay objetos que vinculan a varias personas: la nevera que de niño tenía cosas que no había en mi casa, la máquina de escribir en la que aprendieron mecanografía mis tíos, pero también yo. Para mí era un espacio en el que había jugado de niño, en el que viví en mi adolescencia, cuando redescubrí mi ciudad después de pasar varios años en pueblos turolenses, y el primer lugar de la vida adulta, en pareja. Y, al mismo tiempo, era un lugar de película azconiana en los cincuenta, con familias viviendo en cada habitación, parientes del pueblo, visitantes y el espacio donde se desarrollaba la construcción de la familia de mi madre.
También está la familia para retratar la historia de España. Quizá sea una de las primeras novelas que nos habla de los ochenta y noventa desde la niñez y la adolescencia. Hasta ahora ya se había escrito bastante de los setenta o incluso los ochenta, pero desde la famosa Movida…
Creo que fue un periodo muy interesante, de grandes transformaciones. Hay muchas cosas que me atraen de esa época. Y, claro, es la época en la que sucedieron mi infancia y mi adolescencia, donde experimenté muchas cosas por primera vez.
¿Cómo ves esa familia que relatas una vez leído el libro?
La veo divertida, buena, variada, excesiva. Y pienso que podría contar otras cosas, de otros personajes, o de otros episodios no estrictamente vinculados al entresuelo.
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