Cuando escuchas por primera vez Chelsea Hotel, de Leonard Cohen, es probable que más que a la música, prestes atención a la letra. Es una historia desgarradora, con principio y final, sobre todo esto último. Ella estuvo allí con él, pero luego se marchó. Para siempre. En cuatro estrofas queda narrada toda la historia de amor. Y como todas las buenas historias de amor es trágica. Es un cuento triste escrito, no por un músico, sino por un narrador de relatos.
Esta canción, y Cohen y a quien podríamos sumar otros folkies de los sesenta y setenta como Bob Dylan, Joan Baez, Marianne Faithfull, Rickie Lee Jones o mucho antes Woody Guthrie –sólo por hablar de los norteamericanos, tampoco despreciamos a los europeos Serge Gainsbourg o Lucio Dalla- nos muestran la excelente relación entre la música y la literatura. De hecho, no es casual que Cohen o Dylan hayan estado varias veces en las quinielas de los Premios Nobel de Literatura de la Academia sueca.
La relación, no obstante, no es del siglo XX. Creemos que siempre lo inventamos todo, pero vaya, salvo Internet y cuatro hallazgos científicos, en lo que concierne al ser humano está todo más visto que el tebeo. En la Edad Media ya pululaban por Europa Roland y otros trovadores con sus cantares de gesta, con sus poemas épicos y amorosos. ¿Qué son las jarchas, sino cancioncitas del siglo IX? El músico y excelente letrista y escritor Santiago Auserón habla precisamente de eso en su último libro, El ritmo perdido: la letra y los acordes son un matrimonio inexpugnable, aunque cada vez tengan más presencia en las radiofórmulas las canciones estridentes, de ritmo machacón y cuya letra parezca inspirada por un niño en pañales.
En España también tuvimos nuestra buena ración de músicos-escritores. Sobre todo a finales de los setenta con la famosa canción protesta. Ahí quedan los nombres de Paco Ibáñez, que le ponía música a los poemas de José Agustín Goytisolo o Rafael Alberti, o Joan Manuel Serrat, que tarareaba a Miguel Hérnandez, o Raimon, o Lluis Llach, o Luis Eduardo Aute, creador de melodías que podrían formar parte de un poemario contemporáneo sin problemas. Y a ellos podríamos sumar a los flamencos como Morente, Camarón o Lole y Manuel. Calidad literaria.
Pero no nos vayamos solo a la cultura de la Transición. En los últimos años han aflorado grandes letristas. Ahí van algunos nombres como Antonio Luque (Sr. Chinarro), que también ha publicado ya tres libros; Nacho Vegas, Enrique Bunbury, el propio Auserón, o, por supuesto, Antonio Vega. Son nuestros nuevos juglares. Amémosles como siempre les hemos amado: al ser humano siempre le gustó escuchar y leer buenas historias. Somos más exigentes de lo que pensamos. Que no nos la den con queso con un estribillo repetitivo e insustancial.
Una reflexión sobre esta temática es la que proponemos este mes de junio en EnCubierta. Un mes especial porque también cumplimos un año. Y después de bucear en asuntos como la crisis, la ética, la tragedia y cuántas épicas más, buscábamos algo festivo, calenturiento como el verano, algo que impulsara nuestra faceta más primaria como puede conseguir la música. A veces también nos gusta divertirnos. La reflexión, sin embargo, también daba pie a hablar sobre la situación que atraviesa el sector musical en nuestro país, con toda la discusión sobre la cultura libre –que no gratuita-, las ventas digitales y la recesión de los macrofestivales (¿alguien se acuerda del Summercase?).
Para ello hemos entrevistado al Sr. Chinarro, actualmente de gira, quien nos habla de la ligazón entre su música y su literatura y señala que, al paso que camina la industria –y los usuarios- “los artistas volverán a tocar por un plato de comida”. Un toque de atención. Los críticos musicales Diego Manrique y Jordi Bianciotto apuntan al fin de los grandes festivales –“son las actuales romerías”, dice Manrique- y la explotación que están haciendo las operadoras telefónicas de la música en Internet, las que están obteniendo verdaderos beneficios. Por último, la periodista Carolina Velasco, que ha publicado Tour Vértigo, un libro sobre el lado menos glamouroso de la música, apunta que la crítica aún es importante y pervive, por muchas plataformas digitales y acceso que ahora mismo tengamos a las canciones y los grupos.
Cerramos la revista con nuestro listado de recomendaciones de ebooks. Un repaso a esta cópula literaria y musical desde las sinfonías barrocas a los estudios sobre el rock, el blues, el tango, la Bossa Nova o el flamenco con títulos como Historia social del flamenco, de Alfredo Grimaldos o Bossa Nova. La historia e historias, de Ruy Castro. También recogemos textos escritos por músicos como Días de amores, de Luis Eduardo Aute, Barcelona ciudad, de Loquillo o 16 escalones, de El Langui. Y finalizamos con novelas y ensayos que nos remiten a la música: Mil violines y otras crónicas sobre el pop, de Kiko Amat, Los reyes del mambo tocan canciones de amor o esa torturante historia que Elfriede Jelinek firmó en La pianista.
Amemos a nuestros juglares, porque ellos salvarán la música. Y disfruten de estos ebooks.
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