En su anterior novela, En el fondo, Begoña Huertas (Gijón, 1965) reflexionaba sobre el amor como un asunto comercial, imbuido del materialismo que lo impregna todo. En su nueva publicación, Una noche en Amalfi, también en formato digital va más allá e indaga en el amor-desapego a través de una historia que tiene mucho de thriller y en la que un chico pasa toda la noche en busca de su chica desaparecida. Las trampas que nos pone el cerebro, el miedo a lo que no queremos ver y esa cosa que llamamos amor incondicional pululan por sus entretenidas páginas.
Afirma que suele darse bastante tiempo para pensar en una novela, en la trama y en cómo escribirla. ¿Cómo fue el proceso de Una noche en Amalfi? ¿Qué le llevó a escribirla?
El proceso de creación de Una noche en Amalfi ha sido extrañísimo, quiero decir extraño en relación a cómo surgieron y a cómo escribí el resto de mis novelas. El caso es que una madrugada me desperté y, tumbada en la cama, vi todo el relato, de principio a fin, como quien ve una película. Nunca me había sucedido. Ahora bien, esto no tiene nada de místico, nada de revelación sobrenatural, está claro que el germen de la historia daba vueltas en mi cabeza desde hacía tiempo, a esto debió sumarse la lectura de algunos ensayos sobre la mente, y el escenario vino de un reciente viaje por la costa amalfitana. No es que se me apareciera la virgen, debí trabajar sin darme cuenta, en mi subconsciente, ¡algo fantástico por otra parte! Ojalá se repitiera más a menudo.
La novela parece estructurada siguiendo un plan de escritura muy preciso. Todo sucede en una noche y los acontecimientos, hilvanados como un thriller, están plasmados al milímetro ¿Estaba todo planeado desde que comenzó a escribirla?
Eso es. Como te decía antes, aquella madrugada vi todo de principio a fin. Claro que luego hay que trabajar para llevar eso al papel, para que el transcurrir de los acontecimientos resulte natural, hilvanar escenas, desarrollar los personajes. En ese proceso se añaden detalles, se subrayan o se eliminan datos, se juega con la intriga, con el mantenimiento de la tensión…, pero el núcleo central estaba ya listo, sí.
La trama gira en torno a la “desaparición” de una mujer y cómo su marido se encarga de buscarla toda la noche. Durante todo el relato se percibe ese miedo a no saber. ¿Es más terrorífico la falta de información que el saber realmente qué ha ocurrido aunque esto sea crudo y terrible?
Sí, sin duda creo que es peor no saber, la falta de información. Pero peor todavía es saber y pretender ignorar lo que se sabe.
Otra cuestión que se plantea la novela es la forma en la que continuamente nos autoengañamos para ver las cosas de la forma en la que queremos verla. Durante la búsqueda de la mujer, el marido trata de convencerse de que no ha podido ocurrir nada malo. ¿Cómo trabajó esta idea?
A eso me refería en la respuesta anterior. En realidad esa es la idea-germen de la obra. El autoengaño. La asombrosa facilidad con la que el cerebro interpreta las cosas a su favor, deformando la realidad, acomodándola a sus expectativas, a sus deseos. Lo que resulta es una visión condicionada, o sea, falseada.
Esto me lleva a preguntarle algo sobre la actualidad. ¿No parece que en los tiempos que corren, con toda la información que vemos en los medios, nos invocan a que veamos la botella medio vacía? Me refiero al discurso del pesimismo que lo impregna todo.
Es que no es para menos… Se están perdiendo derechos y avances conseguidos con mucho esfuerzo durante muchos años. Otra cosa es la información que nos llega a través de los medios convencionales, que también da ganas de llorar, aunque por otros motivos: es un discurso único de “esto es lo que hay, esto es inevitable”, como si no hubiera otras posibilidades, otras salidas, otra manera de enfocarlo.
Una noche en Amalfi también habla de cómo cierto “samaritanismo” en realidad esconde un punto de egoísmo atroz: ayudamos al otro porque buscamos ayudarnos a nosotros mismos. Es como si el Mal hubiera ganado definitivamente la batalla al Bien. Sin embargo, cada vez aparecen más formas de trabajo en red y de forma colectiva… Es una contradicción casi esquizofrénica.
En la novela también me interesó explorar o al menos acercarme a la idea de crueldad. Uno de los personajes tiene una información que el otro no tiene y en un momento dado disfruta de ese poder; le da tanta rabia la ignorancia del otro, su obcecación, que hasta disfruta torturándole, en cierto modo. Luego se arrepiente. Pero ese momento ha sucedido.
En este sentido, en otras de sus novelas también ha reflexionado sobre el amor como una forma incluso de contrato comercial. Aunque suene crudo, ¿el triunfo del hiperindividualismo está haciendo desaparecer eso que alguna vez llamamos “amor incondicional”?
Yo creo que lo que está desapareciendo ahora –o va a desaparecer en poco tiempo- es precisamente ese “triunfo del hiperindividualismo”. La gente se está dando cuenta de que el trabajo en equipo, el hoy por ti mañana por mí, favorece a todos. Antes mencionabas las formas de trabajo en red y de forma colectiva. Sin embargo no podemos ignorar que la idea imperante ha sido la de un individualismo radical en la que se nos invitaba –se nos invita- a resolver el mundo en soledad; en el campo laboral por ejemplo con la figura del emprendedor. En el amor ha pasado algo parecido, han prevalecido los intereses propios frente a la unidad de la pareja. O la pareja de quita y pon, barata, práctica, como los muebles IKEA, una pareja de la que no te cansarás porque se romperá antes. No obstante, insisto, me parece que las cosas están cambiando, la gente también acaba dándose cuenta de que la soledad no es una buena inversión, por usar otra expresión del discurso oficial.
Precisamente, en esta novela, el personaje femenino resulta clave. Desde el principio parece una mujer muy individualista, muy a su aire. Una mujer moderna e independiente, que aunque pudiera ser el arquetipo de la mujer actual y un modelo a seguir (¿de eso iba la liberación sexual, no?), el lector pronto descubre que esta forma de ser, de una forma u otra, hace daño al resto. ¿Pretendías alguna reflexión sobre este modelo de mujer tan contemporánea y sobre todo, sobre este amor de pareja tan postmoderno de “todo el mundo a su aire”? ¿Hasta qué punto la libertad trae consigo la felicidad?
No, la verdad es que no pretendía ninguna reflexión sobre la mujer contemporánea, trabajadora e independiente. En este sentido Lidia podría haber sido un hombre, y la historia sería la misma. Sí hay, no una reflexión, sino una interrogación sobre ese amor-desapego, amor en la risa, en la diversión, un amor que sale huyendo ante los inevitables momentos aburridos o conflictivos. Pero no se puede huir de uno mismo, y el conflicto, la tristeza o el aburrimiento están dentro de uno, no fuera.
Muchos de sus contemporáneos están escribiendo novelas y relatos donde habitan la soledad, la melancolía e incluso cierto fustigamiento hacia nosotros mismos. Los personajes actuales son mediocres, cometen errores y andan muy desorientados. De alguna manera, eso les ocurre también a los protagonistas de tu novela. ¿por qué estos continuos latigazos en esta generación? ¿No éramos los que lo teníamos todo o al menos lo suficiente para ser felices?
Pero yo no creo que sea característico de una generación. En realidad si lo piensas un poco casi toda la literatura va de eso, de personajes desorientados. Si los protagonistas tuvieran claras las cosas y no hubiera conflicto alguno… no habría novelas.
En alguna crítica se ha relacionado tu novela con la técnica cinematográfica y dos películas como Jo, qué noche y La huella. ¿Estás de acuerdo? ¿Hasta qué punto tiene influencia en tu literatura el cine?
Como te decía al principio, esta novela, antes de escribirla, la “vi”. Con lo cual no me resulta extraño que cada lector vincule el relato a alguna película que este le sugiera. El mood de las cintas de Hitchcock, La aventura de Antonioni o El tercer hombre de Carol Reed, son títulos que también me han mencionado algunas personas después de leerla. Imagino que surgirán más. Me halaga que evoquen su atmósfera.
Una noche en Amalfi
Begoña Huertas
El Aleph